lunes, abril 03, 2006

11 de septiembre: memoria de Cristo

Recordar el 11 de septiembre tiene sentido si, volviendo con el corazón sobre un acontecimiento tan triste, podemos contrarrestar el olvido que nos conduce a su repetición. Pero, ¿es pensable que el "nunca más" provenga del recuerdo? ¿Pudiéramos esperar algo más que un "nunca más", algo así como la invención de una convivencia todavía mejor de la que hasta ahora hemos tenido como país? La memoria de Cristo nos abre un camino.

El 11 de septiembre representa la crisis de la cordura, expresada en el fracaso del modo democrático de facilitar los encuentros y zanjar razonablemente los desencuentros. Antes del Once las posiciones se extremaron, se endurecieron las mentes hasta cantar la aniquilación del enemigo. Después del Once, exaltada la discordia a su máxima expresión, el odio que la animaba hizo lo suyo. Años ha tomado la recuperación de la sensatez. Ha debido tejérsela con diálogo, paciencia, tolerancia, legalidad, justicia y verdad. Ninguno de estos pasos hacia la recuperación de la cordura habría sido posible si hubiéramos olvidado el dolor de las víctimas. Todavía queda mucho por hacer. La concordia sólo podrá alcanzarse mediante una conversión a la razón del sufrimiento de nuestro adversario. La convivencia justa y pacífica de la que nunca debiéramos desesperar, provendrá de la compasión.

La memoria de la compasión de Cristo nos despeja la vía. La presencia real de Cristo en los crucificados de ayer y de hoy, nos remite al prójimo. El "otro", el enemigo inocente o culpable, habita en el corazón de Cristo: en el corazón humano de Dios hay lugar para todos. Dios no sabe odiar. Dios sólo ama. La memoria eucarística de la pasión de Cristo no tendría sentido si no fuera acordarse de la compasión de Dios por los que nos padecen, hijos suyos y hermanos nuestros en virtud de su Hijo Jesús. El viernes santo los cristianos besamos la cruz porque creemos que no estamos condenados a repetir fatalmente los errores de la historia. Recordando con valentía un pasado que el pecado nos mueve a olvidar, imaginamos un mundo futuro más justo y misericordioso.

¿Qué habrá que guardar en el corazón? Que era Cristo aquel a quien despreciamos para luego pisotearlo sin problema. Nos equivocamos. Nos cegó la irá. Nos fanatizamos. Nos engañó la prensa y nos dejamos engañar. Bailamos el baile que nos tocaron los grandes imperios. No fuimos los mejores, sólo Dios es bueno. Habrá que recordar que Cristo no se reparte en unos y otros para la división, la exclusión y la confrontación, sino para ser compartido entre sus hermanos.

¿Por qué y para qué recordar? Para reparar. Hay daños reparables y otros irreparables. Habrá que volver sobre los hechos, porque la memoria precisa del daño nos dará el criterio exacto del juicio, del perdón y de la cura. Las reparaciones son arduas y algunas de ellas imposibles. La memoria de Cristo, de su muerte y resurrección, nos sacará de la frustración infinita que acarrea la conciencia de los daños irreparables que nos hemos infligido. El recuerdo de la pasión compasiva de Cristo desde el Gólgota hasta nuestros días, es la medida de la esperanza cristiana. La esperanza de un Chile fraterno, para que no sea fuga a un futuro inhumano y deshumanizante, requiere que recordemos y creamos que la reparación es posible.

Pero reparar no basta. Cristo puede aún más. La memoria del crucificado es recuerdo del resucitado que, por su Espíritu, inspira hoy la creación de una comunidad todavía mejor que la que perdimos. El respeto de la dignidad ajena, la libertad de las conciencias, la justicia a las víctimas, la sujeción a la legalidad establecida en común, la conversación, la discusión de las ideas y la participación plural anticipan de algún modo el "reino de Dios" por el que Jesús apostó su vida. La recuperación de la democracia equivaldrá a la recuperación de la cordura, cuando la convivencia que anhelamos sea pensada y debatida con un corazón que haga suya la pena del enemigo. ¿Una democracia "al revés"? ¿Un acuerdo democrático nacional que no consista en prevalecer sobre los demás, sino en que los demás prevalezcan sobre uno? La sensatez, la racionalidad de un corazón compasivo como el de Jesús, así lo exigiría. Mirando con amor el pasado, a fuerza de recordar que el enemigo era nuestro hermano, haciendo de su reclamo clamor nuestro, el Mesías esperado para gobernar a su pueblo nos liberará para crear una sociedad como Dios quiere.

Publicado en
www.elmostrador.cl, 11 de Septiembre de 2005.