miércoles, abril 05, 2006

Navidad, origen de la fantasía

A simple vista, los relatos evangélicos de “encarnación” y “nacimiento” del Hijo de Dios complican innecesariamente la fe. ¿Para qué nos han forzado los evangelistas a admitir hechos que la razón no puede reconocer? Habría bastado contarnos la historia de un hombre muy hombre, Jesús, con quien Dios se identificó hasta las últimas consecuencias. ¿No es esto suficiente? ¿Agregan tales relatos algo de veras novedoso?

¡Por supuesto que narran cosas nuevas! Considerada la rutina atroz que nos devora, hay algo que nunca perdonaremos a los evangelistas: su mala memoria y su flojera. ¡Qué les hubiera costado decirnos cómo fue Jesús, el color de sus ojos, su mirada, quién le enseñó a leer, cuándo aprendió a hacer cariño, dónde. Jesús es novedad pura, inspiración perenne, cualquier otro dato suyo nos habría refrescado la vida... Aunque quién sabe: lo poco o mucho que sabemos solemos codificarlo.

No. No deliraban los autores de los libros sagrados al describir los orígenes de su vida. Hechos trascendentes, fabulosos, comparables a la creación del mundo y a la resurrección del mismo Jesús. Si nadie puede explicar cabalmente por qué paren las alpacas o quién contrató abejas para polinizar los huertos, ninguno estuvo para contarnos cómo fue esa concepción virginal. Al igual que el comienzo de las cincuenta millones de galaxias, de modo parecido a como brota la vida del otro lado de la muerte, también la "encarnación" excede la mente humana. Sólo la imaginación y mucha arte pueden expresar su tremendo significado. Como niños pequeños que gustan del papel de regalo casi más que de los regalos mismos, también nosotros gozamos estos días los capítulos de Lucas, Mateo..., envoltorios de un mensaje maravilloso, original y por eso desconcertante: el Todopoderoso se hace presente entre nosotros como un “todomenesteroso”, un pobre con mayúscula, un dios con minúscula, falible, tierno, cercano, incapaz de asustar a nadie, ávido de ese otro cuerpo que lo abriga. Así, con cuidado, despacio, compartiendo nuestro llanto, hace irrupción entre nosotros el amor en persona.

Es Dios mismo que tiene algo que decirnos. Aprenderá primero a hablar. Es un Dios distinto, un Dios humano, el único verdadero, no es un ídolo, un títere de ventrílocuos. Nada tiene Jesús que enseñar mientras su madre no le enseñe a conversar. De momento, todo es silencio... ¡Miento! Ya habla. ¿Cómo descartar el modo del contenido del mensaje? Este largo y delicado preámbulo, aquel diálogo de corazón a corazón, ¡libre!, del Angel Gabriel con María la virgen es ya ahora sustancial, novedad extraordinaria entre tantos que imperan sus intereses disfrazándolos de razones. Jesús, la Palabra divina hecha niño, resplandece en las tinieblas de tanta palabrería huera.

El niño acumula autoridad: grita de hambre, gusta el calor, presiente el amor..., adivina sus derroteros. El niño tendrá algo que decir, todavía no sabe qué. Cuando el dolor de los galileos empobrecidos le retuerza el corazón, balbucirá: “No”. Habiendo cargado con la pena de mujeres y enfermos, militares y ricos, oprimidos y excluidos por incumplimiento de la Ley judaica, se rebelará contra la religiosidad de su época. Un hombre, ¡un Dios! que se rebela contra la religión. Este niño abrirá un sendero nuevo. Actuará en conciencia: conocerá la soledad, los enemigos... Su carta fundamental será la misericordia. Después de él, nadie será verdadera “autoridad” más que el que obedece al amor y modifique la ley de acuerdo a las exigencias de la caridad. ¡Esta es la libertad, don supremo del Espíritu! Por nuestra libertad apostará su vida. Hasta este nacimiento el mundo ha vivido bajo amenaza de palos, mordazas y destierros, condenado al miedo y a la muerte. De Belén en adelante, la libertad no es más una concesión de los poderosos, sino el origen de toda norma y el fin de toda conducta. Desde entonces es posible la ética de la misericordia, que tanto nos cuesta imaginar.

¡Ven, Señor Jesús! Trae contigo creatividad a granel, la creatividad de tus parábolas, la poesía de tus comparaciones. ¡Cambios! ¡Queremos cambios, muchos cambios! Si fuimos capaces de abolir la esclavitud que parecía tan natural, ¿no podremos inventar soluciones ingeniosas para los que fracasan en su matrimonio? Me dicen que perdonas pero no olvidas. ¡Infamia! Danos fe para creer que sí perdonas. Crea con nosotros ese orden del perdón que bosquejamos a tientas. Disipa la esclerosis de nuestra alma, flexibilízanos. Sácanos de una vez por todas de la Edad Media.

¡Ven, Señor Jesús! ¡Hay tanta violencia en nuestra comunicación! Ni siquiera es necesario asomarse a los estadios. ¡Ay del que escriba contra el capitalismo! Si ni siquiera a los políticos se los deja discrepar tranquilos. En cambio los sentimientos del Papa se invocan como argumentos de razón. Si te utilizamos a ti, ¡cómo no lo haremos con el Papa! Apariencia de comunicación, simulación de paternidad, manipulación de la opinión pública, esto es lo que sobra. Abundan los distorsionadores sociales. Falta debate abierto, respetuoso, derecho a equivocarse y a rectificar... Es preciso tu amor a la verdad, faltas tú, tu hablar directo, sin vericuetos, dialogante, vulnerable a las penas ajenas, abierto al cambio de opinión.

¡Bienaventurados los evangelistas! Sus relatos de Navidad rescatan la creatividad de Dios amenazada más que nunca. ¿Cómo de otro modo habríamos sabido que Jesús es la palabra más dulce de misericordia dicha a la miserable historia humana? La vida se está poniendo muy pesada, luces vemos pocas. Trabajamos demasiado, gozamos cada vez menos. Dos cosas te pido una vez más: misericordia y nuevas ideas para inventar la misericordia. Una tercera cosa te pido y basta: tráenos fantasía, que no nos basta ni la razón ni la fuerza. Fantasía queremos. Tú la tienes, tú la eres. ¡Te esperamos, Señor!
Publicado en Cristo para el Cuarto Milenio. Siete cuentos contra veintiún artículos, San Pablo, Santiago, 2001.

3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

se me hace muy irreverente tu forma de dirigirte a un personaje tel como lo es mi señor jesucristo cuida tus palabras.

12:45 p. m.  
Blogger Jorge Costadoat S.J. said...

Paz, ¿Eres la misma Paz en la que estoy pensando? Supongo que sí. Seguramente el libro del que te hablaba es el editado por Samuel Yáñez y Diego García titulado El porvenir de los católicos latinoamericanos, sacado recientemente por el Centro Teológico Manuel Larraín. Puede comprarlo con rebaja, i.e., ocho lukas, con Sandra, en el tercer piso de la Universidad Alberto Hurtado (Alameda).
Caríños.
Jorge

3:03 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

mmm interesante. no me molesta la forma en que lo expresas creo que la reflexion va mas alla... yo seria mucho mas irreverente... criños y te sigo leyendo. atte una profe de reli....

8:35 a. m.  

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